viernes, 11 de enero de 2008

Colonias


Dejamos atrás las navidades, días en que se dispara el índice de divorcios, muchos creen que por la convivencia familiar forzosa que nos imponen, pero a pesar de lo que pueda haber de cierto en ello, estamos convencidos que el verdadero desencadenante de las crisis de pareja es la incomprensible costumbre de regalar perfumes. Algo tan personal e íntimo como el olor que quieres desprender se ha vuelto objeto de estraperlo y tema sobre el que sentar cátedra, piense lo que piense el interesado. Normal que acabes tirándole el frasco a los morros y llames a tu abogado. Y no digamos ya si el eau viene de parte de la familia política.

Pero aquí tiene parte de culpa la industria publicitaria y su estilo de promocionar las colonias. Vale que todos tiren de los bajos instintos para vender, usen señuelos como el deporte, lo sofisticado, moderno o cool, famosillos de buena percha o artistas de relumbrón. Lo que roza lo ridículo es la tendencia generalizada, no solo a hablar en francés o inglés, sino en un tono supuestamente cautivador o seductor. Rosendo llamaba a esta chusma flojos de pantalón, y de lengua también diríamos nosotros.

Si repasamos los anuncios que nos han endilgado estas semanas atrás, podemos acabar deduciendo que el perfil medio de las que ponen voz en francés es el de una tía con aire preadolescente, con máster en felaciones por la universidad de la Sobona, y los que farfullan en inglés, el del algún chapero estreñido operado de anginas.

Los de Diesel, buen nombre para una colonia, sacan a una prójima jadeando en un ascensor. No vamos a pensar que estaba haciendo cochinadas a pesar del aire de barragana en horas bajas que se gasta. Paco Rabanne, otro rabiosamente rompedor, con su último potingue, Ultraviolete, con parejita ultra-cool en la cima del mundo gracias a que salpican su tersa dermis con la fragancia anunciada. La fulana de la voz en off en inglés o en cualquier cosa, pero con ese deje escocido que provoca el ser sodomizada con una tabla de planchar.

Tenemos Nautica Blue, en guachi-guachi con acento de Raticulín, o la fragancia de Kate Moss, con deje de felatriz de colegio de pago. Diamond nos trae a Bellonce luciendo palmito, pero al final sale una julay jadeando la marca como si fuera una becaria de Private. Noa de Cacharel nos propone una vuelta a la belleza clásica, con moza digna de Botticelli, mientras que una voz inglesa propia de quien se escita con la escobilla del váter canta la marca.

No vamos a aburrir más con estas miserias humanas. Vale que el acento de Tafalla o el de Tarifa no mueva al personal a vaciar las baldas de las perfumerías, pero esas vocecitas de putones que nos regalan los creativos más vagos son incompatibles con el buen gusto, pero claro, a esta gente el sobaco les huele a rosas y en el cerebro tienen halitosis.

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